La fiesta del Carnaval, pese a todos los cambios ocurridos en el mundo, persiste como una celebración que ha asimilado las transformaciones sociales y ha representado sus vicisitudes. Es lo que sostiene una investigación traducida en el libro 100 años de Carnaval de La Paz. Las identidades del siglo XX, que será presentado en marzo próximo.
Se trata de un proyecto coordinado por Beatriz Rossells, autora de la parte central del estudio del que participan además José Alejandro Peres, autor de la parte dedicada a la política y la fiesta, y Katherine Aparicio, quien siguió los pasos del ch’uta.
La coordinadora ha permitido a La Razón contar con fragmentos del texto que lleva fotografías de distintas épocas, las que no sólo ilustran sino que han servido como fuente de información, según explica Rossells. A continuación, algunos pasajes reveladores.
La fiesta en el tiempo
El Carnaval paceño en la primera mitad del siglo XIX no adoptó aún el modelo europeizado de las siguientes décadas, según las descripciones de Ismael Sotomayor, quien dice que en los carnavales de los “años 1848 y siguientes, constituía lo más interesante el espectáculo de las famosas carreras de jinetes, héroes de la situación (…). Estas carreras consistían en que más de media docena de parejas de jinetes, caballeros en riquísimos corceles con iguales enjaezaduras; disfrazadas las mujeres de odaliscas y los hombres, variadamente, situándose de a dos en fondo en la Alameda” corrían en desenfrenado arranque, mientras la concurrencia masiva del pueblo les arrojaba cartuchos y cascarones, no sin consecuencias muchas veces graves. El trayecto desde la Alameda hasta la plaza Murillo pasaba por calles centrales, a recibir las felicitaciones del presidente y una lluvia de flores, mixtura y confetti. Esta era una diversión temeraria realizada el día martes de Carnaval”.
En cambio, en la primera mitad del siglo XX, “en los bailes y fiestas privadas dominaban los dominós, los pierrots y arlequines, pero la variedad de disfraces era en realidad la que se imponía. En los documentos gráficos que existen de bailes y reuniones de grupos de la élite, figuran caballeros españoles, damas y princesas del siglo XIX y XX, estilos de trajes y sombreros muy diversos, algunos con arreglos florales, caballeros con peluca, pierrots, algún arlequín”.
Aunque las élites determinaban las modalidades del Carnaval en la primera mitad del siglo XX, la población urbana popular participaba también en las comparsas, mientras que la población indígena tenía un día especial para su aparición en espacios alternativos a las calles céntricas que frecuentaban las entradas. En algunos períodos se unificó el desfile. Pero la modalidad de desfiles separados se ha dado en diferentes regímenes bajo diferentes argumentos. En 1945, la “entrada” fue conjunta.
El año de 1948, se podría decir que se trata del final del período del Carnaval de corte europeo o de las élites paceñas por la cantidad de grupos de origen popular y campesino vinculados a diversas agrupaciones, lecheros, productores de los valles y las provincias de La Paz. En realidad, el Carnaval de fines de los 40 tiene otro rostro definidamente popular. De allí vienen las nominaciones tanto de orden geográfico como figurado: Hijos de Andamarca, Huaynuchos, Hijos de Chijipampa, Indios chayanteños, grupos de migrantes residentes en barrios de La Paz: Villa Nuevo Potosí estrellitas, Provincianos de Colquiri, Siempre Corocoreños y también nominaciones de otras etnias o pueblos, que podrían tener también un sentido figurado.
Un momento simbólico se vive en 1953. Víctor Paz Estenssoro, presidente de la República en febrero de 1953, asiste a la fiesta que abre con el Himno Nacional. En medio de las alegres comparsas desfila El Gran Pepino, apostado en su trono y bellamente decorado con flores naturales. Hay seis bandas de instrumentos metálicos, algunas en camiones y otras a pie. así como la Juventud de Coripata con tarkas y zampoñas, y disfrazados incluso de Hitler rodeado de un batallón de pepinos.
Tiempo de redefiniciones
Se ha producido en estas dos últimas décadas del siglo XX y los primeros años del XXI, una redefinición de las categorías del Carnaval paceño al convertir al ch’uta, anteriormente figura marginal, en la pareja de fiestas del pepino. La presentación conjunta de las dos agrupaciones de pepinos y ch’utas constituye una asociación simbólica que busca la cohesión y utiliza el ritual de la fiesta para lograr una transformación social. En ese contexto, para transformar la realidad, “el ritual debe representarse a través de símbolos que actúan en él”. De esa manera, el ritual es efectivo por su capacidad cohesionadora que hace posible el cambio o continuidad del orden o la conducta.
Sobre dos héroes del Carnaval
Pepino • El pueblo paceño se apoderó del pierrot muy temprano y más tarde lo convirtió en pepino. El primer pepino que se encuentra entre las comparsas (...) es de 1908. No conocemos en qué momento preciso de la primera década del siglo XX o (...) del siglo XIX se dio esta innovación, recreación, apropiación y empoderamiento de un personaje carnavalero (...). No se trata de una sustitución inmediata y total, si constatamos que el pierrot continúa teniendo influencia –aunque decreciente– hasta 1930. Pero el pepino inició su desarrollo de manera imparable (...).
De diversas maneras, el pepino rompía las categorías socioculturales, las jerarquías inquebrantables, las dualidades del siglo XIX y el XX del ser rural o urbano, indígena, mestizo o blanco. El pepino abrazó a todos por igual (...). Cómo no querer ser pepino en el sentido positivo de convertirse en alguien popular y querido por la población, si con ello el disfrazado dejaba atrás sus propias tristezas y humillaciones, las restricciones y discriminaciones que por algún lado le tocaban. En efecto, de pepino podía corretear alegremente por las principales calles de la ciudad (...), y por los barrios de fiesta, persiguiendo cholitas y chicas. Incluso se daba licencias machistas no admitidas en la vida cotidiana, como hacer uso de su chorizo como un arma altamente agresiva en el sentido sexual, sin ser condenado por la sociedad. En este sentido, es notorio también el rol de abierta sexualidad que encarna el pepino, como ser masculino, liberado de ataduras morales durante la fiesta.
Ch’uta • Una leyenda afirma que a los ch’utas –por las máscaras– se les atribuye el carácter del espíritu que vela por la cosecha (...). Esta propiedad se perderá en la medida en que el ch’uta se aleja de su origen campesino y se enmarca en la ciudad, aunque aquí la ritualidad continúa ejerciendo su poder de diferentes formas (...). El ch’uta tiene un origen rural, aymara y campesino. Una corriente de recuperación de las tradiciones de los grupos folklóricos ubica el origen de las danzas y figuras de los ch’utas en Corocoro y otra en Caquiaviri. Sin embargo, la investigación de campo llevada a cabo advierte la presencia de ch’utas en diversas zonas de La Paz. Del libro 100 años de Carnaval de La Paz. Las identidades del siglo XX.